LA GUERRA, ¿UN ABSURDO?

Si Ud. redimensiona la guerra a una escala personal, es decir, a una discusión o riña entre dos personas, se dará cuenta de que la naturaleza de ambos actos es exactamente la misma. Porque estaremos observando dos hechos idénticos, solo que el primero es universal y el segundo particular. Es simple. Una guerra no es más que el afán de un grupo, etnia o nación, de hacer prevalecer sus intereses sobre sus contrarios, como pasa entre dos individuos en disputa, pero con la diferencia de que para la guerra hay un favorable ajuste de las leyes de la sociedad, que por lo demás, son completamente móviles, aunque en períodos relativamente largos de la historia. Estos ajustes sociales, en los que van estrechamente tomados de las manos la política y la jurisdicción, se hacen de manera que parezcan lógicas las razones y circunstancias que, vistas desde un plano singular, carecerían completamente de fundamento. Dicho de otra manera, si en una querella personal un individuo agrede a otro y le da muerte, este hecho es considerado un crimen por esa sociedad que legaliza la guerra, en donde el mismo individuo puede darle muerte al otro, considerándose un deber y hasta un acto de patriotismo. La razón de ser de esta lógica se apoya en la masividad del hecho en sí. Situaciones tan aparentemente absurdas como las que acabamos de exponer, han hecho posible impensables combinaciones del crimen autorizado o derecho al crimen, perfeccionándose con el tiempo el arte de matar. Pero el terrorismo es considerado crimen, masivo o no. ¿Y por qué? Porque se fragua en tiempos de paz, en que ninguna de las naciones u organizaciones civiles implicadas se han declarado la guerra. Para que el terrorismo deje de ser un acto criminal es absolutamente necesaria una contienda a gran escala nacional o internacional, previa diplomacia frustrada. Solo que los términos están drásticamente distorsionados en cuanto a su significación real, ya que siguiendo la lógica, una guerra debería ser bautizada como macro-terrorismo y en cambio, se le da el austero nombre de Guerra. El honor, la dignidad y el decoro, son palabras que vienen a apoyar el derecho a la masacre de que todos podemos disfrutar en algún momento determinado de la historia, no así de la vida. De esta manera, en una lucha a muerte entre dos individuos en tiempos de paz, no cuentan el honor y la dignidad individual. Para que gane algún valor ético, el hecho ha de ser colectivo y un acto de violencia pasará a ser visto como algo natural por las sociedades -como lo es el amor al prójimo por ejemplo-, solo y cuando este cobra dimensiones de masacre. El duelo legal entre dos personas, instituido por algunas sociedades en un determinado momento de la historia humana, ha sido una forma de tratar de rellenar el absurdo de lógica. Pero ni hay tal absurdo, ni tal lógica.

Se ha dicho que estamos programados genéticamente para matar y sobre este punto nos pudiéramos detener un momento. El hecho caótico y casual de que seamos animales racionales hace que la interrelación entre los seres humanos se complique un tanto más de lo que pudiera resultar muy natural entre los animales u organismos más simples. Hay conductas asesinas en muchas especies irracionales desde los seres unicelulares hasta los mamíferos. Pero a nadie se le ha ocurrido llamar asesino a un macrófago en un acto aislado de devorar a una bacteria. Si fueran seres racionales -tanto la bacteria como el macrófago-, dos formas de la conciencia de estos, la política y la jurisdicción, vendrían a ser los medios por el cual se servirían ambos para recriminarse dicha conducta. Desde la óptica del micro-macro mundo de los unicelulares, el individuo que hospeda a estos, pierde su condición de anfitrión y deviene en ambiente o hábitat, como se le quiera llamar. Si un grupo de bacterias ataca a un hospedero determinado digamos, a un hombre, se podría pensar que esto, a todas luces, es un acto de agresión y los anticuerpos de dicho hospedero tienen todo el derecho legal de defenderse y engullir a las bacterias. Pero sucede que la bacteria no es consciente de estar atacando a un organismo con integridad individual; ella solo está reclamando un espacio vital. Este hecho es independiente de si se es racional o no, ya que en la escala evolutiva en que se encuentra la bacteria con relación a su anfitrión, no es capaz de divisar claramente su entorno, dadas las dimensiones infinitas de sus contornos. Pero cualquiera puede entonces pensar: el macrófago y la bacteria son individualidades luchando cada una por prevalecer. ¿Y cuando una célula ataca a otra porque la agredida ha dejado de cumplir alguna función vital? Se dice entonces que es porque están genéticamente programadas para asegurar la conservación de su especie, que es lo mismo que conservar la integridad de su huésped al que no percibe.
He aquí un grave problema filosófico. Nadie puede asegurar que un organismo celular no sea inteligente y no precisamente hay que remitirse al concepto de la inteligencia humana. Saliéndonos entonces del microscopio y volviendo a nuestra dimensión real, podríamos casi suponer que la condición del absurdo puede ser discutida cuando se afirma que la guerra es una barbarie y un rezago del pensamiento primitivo. Las catástrofes naturales han cobrado más vidas humanas que las guerras libradas por esta especie entre sí y a nadie se le ocurriría decirle a Mamá Natura asesina ó terrorista.
¿Pudiéramos concluir entonces que las guerras, como las pandemias, son necesarias para un entorno cada vez más poblado que trata de equilibrar sus elementos? Y la única razón de la lógica humana en este sentido, sería condenar la guerra individual o asesinato, ya que este, dada su nulidad, no aporta nada a las leyes cíclicas universales.

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