LOS PANAMERICANOS

¿Quién no recuerda este evento? La primera imagen que viene a la memoria de todo cubano no son precisamente las medallas ganadas, sino la forzada reflexión sobre el hecho de haber sido cede nuestro país de la celebración de estos juegos, precisamente en uno de los años más siniestros de la economía cubana. Fue una decisión gubernamental que impactó profundamente en la conciencia popular. Eran los tiempos del puré de cáscara de plátanos, del bistec de frazada de piso, del dulce de col y de los edulcurados tragos de la sopa de gallo matutina (agua con azúcar prieta), entre otros tantos ascetismos forzados a que se vio sometida la familia cubana, en aras de preservar un modelo económico ya fracasado desde los mismos albores de su teorización.

Pero lo que traigo a colación no es una reflexión sobre aquel episodio y mucho menos tratar de discurrir sobre las causas que llevaron al gobierno a responsabilizarse de un macro-evento propio, sino de países ricos, al menos de naciones económicamente estables.

Se trata de un episodio local, del que por los azares de la vida fui testigo presencial.

Al equipo técnico del canal de TV norteamericano ABC , que se haría cargo de las transmisiones vía satélite de los juegos panamericanos hacia el resto del mundo, le habían asignado como su estado mayor de operaciones, unas cuadras comunes de la ciudad, dada su cercanía al principal organismo difusor de la radio y la TV nacional (ICRT). Pues bien, quiso la casualidad que en una de estas cuadras viviera un hermano mío, y es por ello que a continuación vamos a disfrutar de uno de esos tantos episodios surrealistas a los que Ud, lector de otras latitudes y sociedades, quizás no estará acostumbrado a ver en el entorno donde vive, pero que para nosotros, los cubanos, es parte de nuestro folklore revolucionario diario.

Un día, en la mañana, comenzaron a invadir la calle extraños seres que inmediatamente fijaron la atención del vecindario. No era su atuendo, adornado con los más diversos útiles de la tecnología del ramo, ni el apabullante despliegue automotor compuesto de rastras, trailers, remolcadores y demás vehículos, lo que desconcertó a la barriada. Es que estos seres parecían enormemente intranquilos. Con una celeridad, solo comparable tal vez a la secuencia rápida de las framas fotográficas en un film, estos hombres se mantuvieron trabajando por el resto del día y ya al caer la tarde, tenían armada toda una infraestructura gigantesca a lo largo de la calle con lo que quedaban listos, en tan solo unas pocas horas, para brindar la transmisión de los juegos al mundo, dejando atónitos a sus improvisados espectadores. Aquel día, la sentencia de la vecindad fue: ¡Cómo trabajan estos americanos!

En un país que no fuera Cuba, este acontecimiento hubiera pasado sin penas ni glorias para sus habitantes, pero como ya les dije anteriormente, el surrealismo es la forma de vida predominante en la sociedad cubana, y un hecho con estas características no iba a ser asimilado del mismo modo en este rincón del universo. Se trataba de una experiencia única: Durante dos semanas, un reducido número de ciudadanos iba a “convivir” con el enemigo histórico del pueblo cubano: los "americanos".

Es por ello que inmediatamente se tomaron medidas de seguridad de todo tipo, encaminadas a obstaculizar el contacto entre los dos grupos. Hay que apuntar que en esta cuadra, solamente había un edificio de viviendas múltiple, siendo ésta la única instalación domiciliaria del lugar. La primera medida de seguridad fue tratar de separar la acera de la calle con vallas, para que los vecinos pudieran transitar sin hacer contacto físico con los trabajadores de la cadena norteamericana. Pero el proyecto quedó inconcluso, por falta de tiempo, o por lo de siempre, quedándose los huecos cavados en la acera y las vigas de hierro abandonadas, en agudo contraste con la laboriosidad del “enemigo”, dando paso de este modo a la oportunidad para el enfrentamiento de ambas culturas. Entonces, los omnipresentes cuerpos de la Seguridad del Estado suplieron las vallas con su presencia, e invadieron el territorio, traducido esto en un esfuerzo por lograr la cohesión y aclimatamiento de los vecinos para con sus nuevos huéspedes. Ya se los podía ver como miembros adicionales de la familia. Aquí, vigilando las azoteas, allá salvaguardando la frontera virtual que se había establecido en las bocacalles, acullá tomando café o echando una siestecita en el domicilio del presidente del CDR (Comité de Defensa de la Revolución).

Así transcurrieron los primeros días. Estaba terminantemente prohibido atravesar la calle a aquel que no fuera residente permanente en la cuadra. Salvo raras excepciones, las autoridades expedían un pase para aquel, que por motivos puramente de trabajo, tenía que entrar en el territorio. Para ello, habían habilitado un Buró de Retención en una esquina, donde eran minuciosamente examinados todos los documentos personales.

Lo primero que rompió la tranquilidad ciudadana de esta inusitada y temporal comunidad, fue una mujer, que con su hijo en brazos intentó cruzar la "frontera". Inducida tal vez, por las fuerzas militares que adornaban el perímetro e infiriendo que la bandera norteamericana que ondeaba encima de uno de los trailers era un inequívoco símbolo de territorialidad, intentó pasar al otro lado de la calle, en lo que gritaba al mismo tiempo que le otorgaran asilo político. El incidente pasó casi inadvertido y solo unos pocos observadores pudieron ser testigos de él por la rapidez y eficacia con que actuaron los agentes de seguridad encargados de tales menesteres en el lugar.

Otro panorama muy distinto ocurría dentro del seno de la improvisada comunidad. Los vecinos más reacios a aceptar grandes cambios de parecer en un corto período de tiempo, siguieron obedeciendo a sus genes artificiales, aquellos implantados en sus conciencias y alimentados con varias décadas de información dirigida, pero el grueso de la población aquella, sobre todo los más jóvenes, comenzaron a ver de otro modo las cosas, fruto de la interrelación personal con sus anfitriones. Resultó que estos enemigos encarnizados eran unos seres muy agradables y simpáticos que se fundían entre la gente de una forma natural y sumamente espontánea. La primera muestra de amistad fue la invitación a todos los jóvenes a participar en unos torneos de baloncesto que los propios norteamericanos estaban llevando a cabo en una escuela de la esquina, cede también del espacio asignado a los técnicos. La entrada al terreno deportivo de la escuela estuvo prohibida al principio para los cubanos, pero estos demandaron al mando superior que era tiempo de vacaciones estudiantiles y los jóvenes estudiantes habían perdido su habitual área de recreo. Entonces se les permitió el acceso a la escuela también. Allí, los equipos contrarios hacían saludables apuestas y generalmente el precio a pagar eran cervezas, aunque por cierto, cada vez que un cubano perdía una apuesta, no tenía cervezas que ofrecer, pero los nuevos amigos comprendían rápidamente la desventaja de sus rivales entre sonrisas amistosas. Todo esto se hacía bajo la mirada vigilante de la policía política, pero como era una iniciativa de los americanos, a ellos se les había ordenado no interferir.

Otro suceso que removió los cimientos ideológicos de aquel hambreado vecindario fue el siguiente:
El gobierno cubano, en el primer día de trabajo, envió el almuerzo a los trabajadores norteamericanos consistente en cajas de arroz congrí y pollo. Téngase en cuenta que el equipo técnico de ABC trajo consigo todo lo necesario para su estancia en la isla. Habían trailers especialmente equipados con todos los suministros logísticos del grupo y hasta el hielo que consumían lo habían traído con ellos. Antes de seguir, me permito un paréntesis con relación a esto del hielo que dio lugar a otros de los tantos tragi-cómicos sucesos que allí ocurrieron. El último día de estancia, antes de partir, los americanos tiraron el hielo a la calle como una suerte de lastre para aligerar el peso de los contenedores. Los grandes bloques de hielo corrían calle abajo y la gente se abalanzaba hacia ellos, presa del sofocante calor del verano, para llevarse un pedazo a sus casas. La seguridad intervino rápidamente y cercenó el proceso arguyendo que ese hielo podía estar contaminado por el enemigo. Créalo o no lo crea, estas cosas ocurrieron.

Pues bien, para no romper la hilaridad del relato, prosigo diciendo que cuando llegaron los abastecimientos cubanos destinados al almuerzo del personal técnico (¿un poco folklórica la construcción de esta oración verdad?), algunos de ellos entreabrieron la cajita y para el asombro de todos los cubanos allí presentes, ¡las dejaron intactas! La ración se veía muy bien, apetitosa, según los dolientes, pero súbitamente se vieron recompensados, pues los americanos comenzaron a brindarle su almuerzo a los cubanos. Inmediatamente, se corre la voz de que están repartiendo comida y se forma en un abrir y cerrar de ojos una cola de la que no escapó ni el propio Presidente del Comité. Lo que se pueda seguir diciendo ya es costumbrismo puro: La señora de Vigilancia luchaba por repetir la ración con el fin de llevarse algo a su casa para la cena. Una mujer norteamericana viendo esto, por compasión, sacó una cesta llena de golosinas y caramelos para los más pequeños y esta misma señora de vigilancia más tarde, luchaba por quedarse con la cesta ya cuando esta se había vaciado.
Este episodio dio lugar a que al otro día, mucho antes de la hora del mediodía, ya había formada otra larga hilera de personas esperando con ahínco a que volviera a ocurrir tan feliz circunstancia. Pero las autoridades cubanas se cuidaron de propiciar tal evento otra vez, como quiera que, en realidad, no era necesario, puesto que los americanos habían traído sus propios abastecimientos.

Así andaban las cosas, cuando llegó el día de la fiesta conmemorativa de los CDR, día éste de júbilo nacional en que la gente se reúne a nivel de cuadra y todo termina en una especie de caldo colectivo, donde los vecinos echan allí lo que puedan. Es un esfuerzo comunitario que se venía estilando hacía muchos años y en algún que otro momento de la economía cubana, cuando ésta era administrada por los soviéticos, había pasado a ser como algo puramente simbólico, pero en esos momentos de nuestro relato nada tenía de simbólico, debido a la hambruna generalizada que sufría el pueblo cubano y por este sentido, era un día especialmente esperado en aquella ocasión más aún, en esta comunidad, donde por obra del azar habían llegado unos seres a repartir la felicidad. Todo eran expectativas en aquella cuadra cubana por ver qué iban a aportar los huéspedes a la caldera colectiva.

Había que llamar la atención sobre el suceso de una u otra manera, así que, por orientación del mando superior, se le ordenó a este peculiar CDR dar una fiesta lo más ruidosa y jubilosa posible, con el fin de dar al "enemigo" la imagen más plena de felicidad que correspondía a un pueblo abnegado y feliz con su proceso revolucionario. Se hicieron grandes preparativos, entre ellos, se le encomienda la misión de la música a un técnico de sonido residente en la cuadra, el cual estuvo todo el día en la faena de instalar los altoparlantes más grandes y ruidosos de su sistema. Una gran colección de bocinas viejas, destartaladas grabadoras de cintas, caseteras sin tapa, constituían aquella base material de entretenimiento destinada a montar la falsa. Llegó el tan ansiado momento y el estrépito comenzó, quebrando el éter los primeros acordes de la salsa cubana a altos y distorsionados decibeles. Pero para sorpresa de todos, no apareció en escena ni un alma americana. Parecía como si se los hubiera tragado la tierra. Fueron pasando las horas, el nivel de la música menguó para luego dar paso al silencio. El “enemigo” no mostraba su rostro y ya la desesperación de la aguerrida tropa comenzaba a sentirse. Designaron a alguien de vigía mientras los demás se dedicaban a hacer conjeturas sobre la rara desaparición de los huéspedes. Hubo quien dijo que lo hacían a propósito, para socavar la moral de los combatientes.

Eran ya aproximadamente las doce de la noche cuando intempestivamente, irrumpió un americano en la escena. Se dio la alarma de combate, la música comenzó a bramar y la gente se puso a bailar como movida por un resorte. El hombre, sin percatarse de todo aquel show montado exclusivamente para él, cruzó la calle rápidamente, se metió en una cafetería, compró una cerveza y salió del mismo modo inconmovible como había entrado, dejando paralizados y con el rictus de la alegría dibujada en sus rostros, a todo aquel rebaño “feliz”. Cansados y desilusionados, cada cual se marchó para su casa, ya sin hacer más observaciones sobre el extraño incidente de la desaparición de los personajes.

Serían las 8 de la mañana del día siguiente, cuando de repente, los densos acordes de un rock and roll despertaron sobresaltados al vecindario. La gente comenzó a abrir las ventanas y por más que miraron no supieron identificar la fuente exacta que emitía el sonido. Era una música muy alta y clara, que a diferencia de la puesta en la víspera, hacía gala de una extrema alta calidad. El técnico de sonido cubano y mi hermano, movidos por la curiosidad profesional, decidieron bajar a investigar de dónde provenía aquel descomunal sonido, con la convicción de que lo encontrarían rápido, pues no debía ser fácil de camuflajear al emisor por razones lógicas de tamaño. Buscaron durante un rato, más bien guiados por los oídos hasta que se acercaron a un trailer que parecía ser la fuente del sonido. Desconcertados, ya se iban a retirar cuando dieron con ello: Un baflecito, que no medía ni una cuarta de altura, arriba en la esquina del trailer, era el causante de aquella algarabía.
En los años 90's, aún no se tenía conocimiento en el país de los potentes mini-sistemas de audio.

Y así voy llegando al final de esta historia, convencido de que hay muchas más similares dondequiera que, estas hordas han tenido la oportunidad de hacer una "cruzada".
Solo una última anécdota: Durante la estancia del equipo técnico de ABC en una cuadra de nuestra ciudad, uno de los trabajadores norteamericanos había adoptado a una graciosa mascota cubana. Se trataba de un perrito callejero que merodeaba hacía algún tiempo por aquel lugar. Le faltaba una pata y tenía una mancha negra en un ojo, por lo que ellos, con su peculiar sentido del humor, le habían ceñido un pañuelo sobre la cabeza de manera que semejaba un pirata. Con el paso de los días, devino en la mascota oficial del grupo, así que llegado el momento de partir, se la llevaron consigo hacia su país.

Algunos tristes cubanos se quedaron por mucho tiempo envidiando la suerte del afortunado ser, rumiando la idea de la posibilidad de escapar en uno de esos trailers -dado el desvío de la atención de la seguridad hacia otros quehaceres-, de manera segura y confiable, hacia la Libertad.

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